Las
personas más mecánicas, para quienes la vida es una especulación sagaz
supeditada a los cálculos exactos de medios y caminos, siempre saben a
donde van y no dudan en ir. Parten del deseo de ser el sacristán de la
parroquia y cualquiera que sea la esfera en donde se encuentran
situados, logran ser el sacristán y nada más. Un hombre cuya ambición
sea ser algo aparte de sí mismo, ser miembro del parlamento,
comerciante próspero, juez o cualquier estupidez semejante, de todas
todas logra lo que quiere ser. Ese es su castigo. El que quiere una
máscara tiene que llevarla.
Sin embargo con las fuerzas dinámicas de
la vida, y aquellos en quienes en fuerzas dinámicas se encarnan, no
ocurre lo mismo. Las personas cuya ambición es sólo la autorrealización
no saben a dónde van. No lo pueden saber. En un sentido de la palabra es
necesario indudablemente, como decía el oráculo griego, conocerse a uno
mismo, ése es el primer logro del conocimiento. No obstante, reconocer
que el espíritu de un hombre es inescrutable es el logro último de la
sabiduría. El misterio final es uno mismo.
Óscar Wilde, en De Profundis.
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